Historias

Chico de Soya

Cuando era niño comía lo que mis padres me decían que comiera. No me preocupaba por eso, era fácil y me producía alegría.

Hoy rechazo educadamente (y a veces con lágrimas en los ojos) la sabrosa comida que me ofrecen y cuando lo hago me preguntan por qué me rehuso a comer animales.

O, mejor dicho, por qué soy vegano.

Lo hacen siempre con un ligero tono de burla, con una sonrisa sutil y socarrona. Puedo intuir que están pensando en un chico de soya, o en un hombre débil cuando dicen vegano. Y tienen toda la razón.

Cuando era niño, mi padre pensaba algo así de mí. Yo soy el primogénito, y supongo que esperaba que fuese un líder valiente con carácter fuerte. No era ninguna de esas cosas, así que me pegaba para enseñarme. No conocía otra manera.

Cuando intentan justificar cómo tratamos a los pollos, recuerdan con orgullo las verdades que han construido: ¡No son inteligentes!, es evidente cuando los miramos a los ojos que son brutos. Son animales obedientes, diseñados para ser explotados, ¡sus intentos para escapar o defenderse son inútiles! Son recursos naturales como las rocas, los árboles y el petróleo. No escriben sinfonías, ni producen obras maestras del cine (como lo hacemos todos, por supuesto), ni se plantean ser o no ser…

Abogan por la supervivencia del más fuerte. Lo entiendo porque he leído El Lobo y el cordero. De hecho me lo se de memoria.

“La razón del más fuerte es siempre la mejor”

Cuando era niño era obediente, frágil y no tan inteligente.

Quisiera invitar a los que eran como yo, a hacer un experimento. Intenten cambiar el pollito bruto y débil por el niño que fueron alguna vez. Tal vez así podrían entender porque prefiero rechazar el amable gesto de mis padres.